"Ateniéndose
a la fe, que cree en la resurrección, y a la razón,
limitada al perímetro de los sentidos, la respuesta
es sencilla: la muerte es un parpadeo, un abrir y cerrar de
ojos..."
Por
André Frossard (*)
Ateniéndose a la fe, que cree en la
resurrección, y a la razón, limitada al perímetro
de los sentidos, la respuesta es sencilla: la muerte es un
parpadeo, un abrir y cerrar de ojos.
Los ojos del cuerpo se cierran sobre este mundo y se abren
inmediatamente sobre la resurrección; los siglos dejan
de tenerse en cuenta, el tiempo desaparece. Eso es lo que
puede decir la fe respecto al cuerpo cuando se la mantiene
en las fronteras de la observación material, lo que
no supone precisamente prestarle un servicio.
Pero, ¿No es más que un cuerpo el ser humano?
¿No es más que un conglomerado de moléculas
que un día u otro dispersará el viento? La fe
sabe más por la revelación, y también
la experiencia mística tiene mucho más que decir.
La fe ha conocido por Cristo que "ni el ojo vio, ni el
oído oyó [...] lo que Dios ha preparado para
los que le aman"(2). Atenta a todas las palabras del
Evangelio, guarda la fe en su corazón una de ellas,
de la que no suele sacarse todo el sentido que contiene. Al
ser interrogado por los saduceos acerca de la resurrección,
en la que no creían, Jesús les dice lo que seremos
nosotros cuando todo se cumpla, y añade las siguientes
palabras cuyo alcance no siempre se calibra, quizá
porque las enuncia como una trivialidad de la Escritura: "Y
en cuanto a la resurrección de los muertos, ¿no
habéis leído lo que Dios ha dicho? Yo soy el
Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob? Dios
no es Dios de muertos, sino de vivos"(3). Con gran frecuencia
se deduce de ahí que Él es el Dios de la vida,
no de la muerte y, sin embargó, acaba de descubrirnos
como por descuido un - secreto que no tiene precio: Abraham,
Isaac y Jacob permanecen vivos siempre porque, aunque hayan
desaparecido hace muchísimo tiempo, esa muerte - que
constituye una dura realidad para nosotros - no existe para
Dios; todo ser hecho a su imagen lleva un nombre que expresa
su persona, y esa imagen es imborrable, un nombre que Dios
no olvida jamás; y esa persona, haya vivido un instante
o un siglo, ¿cómo no va a seguir viviendo en
Él si ha sobrevivido en nuestra miserable memoria?
En cuanto a la experiencia mística, proporciona la
certidumbre de que "después de la muerte"
está Dios, lo que supondrá, os lo aseguro, una
gran sorpresa para muchos. Se darán cuenta, con el
mismo asombro que yo experimenté el día de mi
conversión - y que todavía me dura -, que "hay
otro mundo un universo espiritual hecho de una luz esencial
con un brillo prodigioso, de una dulzura conmovedora, y, al
mismo tiempo, todo lo que les parecía antes inverosímil
les parecerá natural, todo lo que consideraban improbable
se habrá convertido en deliciosamente aceptable y todo
lo que negaban les será jubilosamente refutado por
la evidencia. Descubrirán que eran fundadas todas las
esperanzas cristianas, incluso las más. locas, que
todavía no lo serán bastante para dar una justa
idea de la prodigalidad divina. Comprobarán - como
lo hice yo - que no son necesarios los ojos de la carne, que
más bien nos impedirían verla, para recibir
esa luz espiritual e ilustrativa, y que ella ilumina una parte
de nosotros mismos totalmente independiente de nuestro cuerpo.
¿Cómo puede ser eso? Ya no lo sé, lo
ignoro por completo, pero sé que lo que digo es verdad.
----Notas: (1) Mt5,5. (2). 1 Cor 2, 9. (3). Mt 22, 31, 32.
----(*) del libro Preguntas sobre Dios.Editorial Rialp. Madrid
1991