1.
Escritor y político colaborador del dictador Trujillo
Único hijo varón de un comerciante de ascendencia catalana
nacido en Puerto Rico, recibió la instrucción escolar en la capital
provincial, Santiago de los Caballeros, y terminó el bachillerato
con mención en Filosofía y Letras. En 1929 se licenció en Derecho
por la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD) y luego amplió
los estudios en la parisina Universidad de la Sorbona, donde en
1934 obtuvo el doctorado en Derecho y se formó también en Economía
Política.
Desde muy temprana edad el futuro estadista se sintió atraído
por la literatura y la política. A los 14 años componía versos
que fueron publicados muy poco después y que fueron los balbuceos
de una extensa obra poética y prosística lo suficientemente apreciada
como para merecer el ingreso de su autor, varias décadas después,
en la Academia Dominicana de la Lengua. Según testimonia en sus
escritos autobiográficos, Balaguer se inició en las luchas políticas
a raíz de la ocupación militar estadounidense de 1916-1924.
Su precoz talento tanto para la pluma como para la oratoria le
abrió las puertas a los reconocimientos y el ascenso social cuando
apenas había superado los 20 años. Mientras asistía a las clases
en la universidad, comenzó a ganarse la vida en la profesión periodística,
como corrector de pruebas y, desde 1924, como articulista en el
diario La Información de Santiago de los Caballeros. Recién
obtenido el título de abogado, en marzo de 1930 participó en el
movimiento popular que obligó a dimitir al presidente desde 1924,
Horacio Vásquez, y que llevó a la jefatura del Estado en funciones
a Rafael Estrella Ureña, quien convocó unas elecciones para mayo
de las que salió triunfador el general Rafael Leonidas Trujillo
Molina, comandante del Ejército Nacional e instigador de la revuelta,
quien implantó sin mayor miramiento una implacable dictadura personal.
El joven Balaguer se vinculó al Partido Dominicano (PD), la formación
fundada para servir de instrumento al nuevo régimen y la única
legal, y pronto entró bajo la protección personal del autócrata,
con la consiguiente cascada de promociones en la administración
pública. El mismo 1930 fue designado letrado del Estado ante el
Tribunal de Tierras, dos años después fue despachado a la embajada
dominicana en Madrid y en 1934 desempeñó otra secretaria consular
en París sin cesar su servicio en la capital española.
De regreso al país en 1935, fue ascendido a subsecretario de Educación
Pública y Bellas Artes, un año después se hizo cargo de la subsecretaría
de Estado de la Presidencia y en 1937 ocupó igual oficina en el
Ministerio de Relaciones Exteriores. En 1940 volvió al servicio
diplomático y hasta 1949 ejerció de enviado o embajador plenipotenciario
sucesivamente en Colombia, Ecuador, Naciones Unidas Venezuela,
Honduras y México.
Mientras su protector se perpetuaba en el poder agotando los mandatos
presidenciales obtenidos en parodias de elecciones y ponía en
los interregnos a presidentes nominales, incluido su hermano,
Héctor Bienvenido Trujillo, desde 1952, Balaguer, con laboriosidad
y docilidad, fue escalando puestos a la sombra del autotitulado Generalísimo y Benefactor de la Patria, cuyos ditirámbicos
discursos redactaba. Secretario de Estado (ministro) de Educación
Pública y Bellas Artes en 1949, en 1953 encabezó la Secretaría
de Estado de Exteriores y tres años más tarde la de la Presidencia
Pese a que constitucionalmente estaba facultado para ello, de
cara las elecciones del 16 de mayo de 1957 Trujillo volvió a colocar
a su hermano Héctor para presidir un segundo quinquenio y, previa
reforma de la Carta Magna restaurando el cargo, escogió a Balaguer
para vicepresidente. Consumada la enésima mascarada electoral
del régimen y en virtud de sus únicas candidaturas, los dos hombres
de la máxima confianza del dictador tomaron posesión de sus puestos
el 16 de agosto siguiente.
La aparición de focos de oposición armada, la organización de
los numerosísimos exiliados políticos, el abandono de la jerarquía
católica, las sanciones en bloque de la Organización de Estados
América (OEA) y, finalmente, la impaciencia de Estados Unidos
con quien había sido un fiel aliado en la cruzada anticomunista
pero que ahora estaba poniendo en peligro el mismo orden establecido
con su enloquecida espiral de tropelías, sumieron al trujillismo
en una crisis cuya primera víctima fue Héctor Trujillo, apartado
por su hermano el 3 de agosto de 1960. Como nuevo presidente títere
el tirano puso a Balaguer, que había demostrado ser un fiel a
toda prueba; su gestión no había estado involucrada en los estragos
represivos del régimen, y esto le convertía en una figura más
tolerable para la población, cuya desafección crecía a ojos vista.
2. Ambiguo administrador del postrujillismo
El 30 de mayo de 1961 el sanguinario autócrata fue acribillado
a balazos en una emboscada tendida a su vehículo en la capital,
Ciudad Trujillo (que pronto recobraría su nombre de siempre, Santo
Domingo) y en las horas de confusión posteriores al magnicidio
hubo un intento golpista por parte del secretario de las Fuerzas
Armadas, general José René Román Fernández, evidenciando que existía
una conjura en marcha con la participación de elementos militares
y civiles y el más que probable parabién -si no la instigación-
de la CIA estadounidense.
Balaguer, que leyó el elogio fúnebre del dictador ("Trujillo fue
fundamentalmente bueno; bajo su pecho de acero latía un corazón
inmensamente magnánimo"), sorteó de momento estas convulsiones:
el 1 de junio Ramfis Trujillo Martínez, hijo y continuador de
la saga política del finado, que regresó apresuradamente de París
para llenar el vacío de poder y asumir la jefatura del Ejército
Nacional, le confirmó en la suprema magistratura mientras él se
lanzaba a una despiadada represión de opositores. Meses después
el clan Trujillo perdió definitivamente la confianza de Estados
Unidos y el Departamento de Estado encontró en Balaguer al político
apropiado para pilotar la era postrujillista y asegurar el mantenimiento
de la República Dominicana en su esfera de intereses.
Las marchas al exilio de Ramfis el 18 de noviembre y de sus tíos
Héctor Bienvenido y José Arismendy dos días después, no sin antes
intentar un golpe contra Balaguer, no impidieron el desarrollo,
entre el 28 de noviembre y el 8 de diciembre, de una huelga general
convocada por la Unión Cívica Nacional (UCN), nuevo partido de
talante conservador pero antitrujillista acérrimo y ahora antibalaguerista,
liderado por el doctor Viriato Alberto Fiallo Rodríguez, y por
otras organizaciones, en exigencia de elecciones competitivas.
Mantenido en el poder sólo por la protección, militar incluso,
de Estados Unidos, Balaguer, que se había apresurado a desmarcarse
del trujillismo y a sumarse a la execración universal del sátrapa
caribeño, pero que no mostraba voluntad alguna de dirigir un proceso
de transición democrática, hubo de plegarse a la iniciativa del
presidente John Kennedy de establecer un Consejo de Estado, desde
el 1 de enero de 1962 y bajo su presidencia, con la misión principal
de organizar unas elecciones plurales y libres.
La oposición redobló sus movilizaciones exigiendo la renuncia
de Balaguer, y los miembros del Consejo de Estado, temerosos de
la agitación en las calles, hicieron suya esta demanda. Balaguer
se resistió y, según parece, el 16 de enero ordenó al secretario
de las Fuerzas Armadas, general Pedro Ramón Rodríguez Echevarría,
la comisión de un autogolpe y la formación de una Junta Cívico
Militar en sustitución del Consejo de Estado.
La maniobra autoritaria de Balaguer se derrumbó a las 48 horas:
el día 18 el coronel Elías Wessin y Wessin y el mayor Rafael Fernández
Domínguez perpetraron un contragolpe, disolvieron la Junta encabezada
por Huberto Bogaert Román, repusieron el Consejo de Estado y nombraron
presidente a Rafael Filiberto Bonnelly Fondeur. A Balaguer no
le pudo sostener esta vez Estados Unidos y con apuros pidió asilo
político en la nunciatura apostólica, sita justamente al lado
de su residencia en la capital, desde donde negoció con las nuevas
autoridades su marcha del país, lo cual sucedió el 7 de marzo
camino de Nueva York.
3. Del exilio a la restauración presidencial con
mandato popular
Desde la metrópoli norteamericana, Balaguer fue testigo del extremadamente
agitado curso político que tomó el país, en el que, con perseverancia,
intentó influir a la espera del momento propicio para regresar
y, eventualmente, recuperar el poder. De entrada, sus partidarios
pusieron en marcha el grupo Acción Social para postular su candidatura
presidencial a las elecciones del 20 de diciembre de 1962, aunque
el intento resultó infructuoso por no reconocerle las autoridades
a esta agrupación la carta de partido político. Contrariamente
a lo esperado, en los comicios ganó arrolladoramente el curtido
opositor Juan Emilio Bosch Gaviño, líder del izquierdista Partido
Revolucionario Dominicano (PRD, fundado en 1939), que tomó posesión
el 27 de febrero de 1963.
Sus políticas reformistas le aparejaron rápidamente a Bosch el
epíteto de procomunista por cuenta de los sectores oligárquicos
y ultraconservadores. Se conspiró contra él desde el primer momento
y el 25 de septiembre, con la complacencia de Estados Unidos,
Bosch fue derribado en una rebelión incruenta y reemplazado por
un Triunvirato civil a cuyo frente estuvo primero Emilio de los
Santos y luego Donald Joseph Reid Cabral, un político ligado a
la UCN. Durante el efímero Gobierno de Bosch, Balaguer no planteó
una oposición destructiva y se concentró en estructurar su frente
político.
El 2 de julio de 1963 Balaguer presidió en Nueva York una reunión
de la que surgió el Partido Reformista (PR) como la fusión de
Acción Social y el Partido Revolucionario Dominicano Auténtico
(PRDA) y cuyo Comité Ejecutivo Nacional Provisional encabezó conjuntamente
con Nicolás Silfa, dirigente del PRDA. El 21 de julio se celebró
en Santo Domingo una Asamblea Constitutiva que eligió a Francisco
Augusto Lora para presidir el primer Directorio Nacional en sustitución
de Balaguer. El 1 de noviembre de 1964 Balaguer en persona y desde
Puerto Rico reorganizó el PR con él nuevamente de presidente.
Sigiloso para no quemarse en las vindictas políticas y astuto
en convencer a propios y extraños de que él encarnaba las fórmulas
de compromiso y apaciguamiento entre tanta confrontación, Balaguer
fue el gran beneficiario de la grave crisis nacional de abril
de 1965, cuando el Triunvirato fue expulsado en un golpe revolucionario
y los enfrentamientos entre los enemigos y los partidarios de
Bosch se trasladaron a las Fuerzas Armadas, con los coroneles
Wessin y Pedro Bartolomé Benoît en el primer grupo, el oficialista,
y el coronel Francisco Alberto Caamaño Deñó liderando el segundo,
el constitucionalista, declarándose de hecho la guerra
civil y precipitando, el 28 de abril, la intervención militar
de Estados Unidos para oponerse a lo que calificó como control
comunista tras la rebelión de Caamaño.
El líder socialcristiano se presentó en el país el 25 de junio
al socaire de la ocupación de los marines para participar
en el proceso de normalización democrática auspiciado por la OEA
y aceptado por ambos bandos, que acataron el Gobierno provisional
formado el 3 de septiembre por Héctor Federico García-Godoy, uno
de los vicepresidentes del PR. Con el aval de la administración
Johnson, Balaguer se midió en las elecciones verdaderamente competitivas
del 1 de junio de 1966 con Bosch, otro insigne literato con ancestros
catalanes y en lo sucesivo su más enconado rival, y, con todo
a su favor, se adjudicó la victoria con el 57,4% de los votos.
4. Tres presidencias consecutivas con sesgo autoritario
El 1 de julio de 1966 Balaguer tomó posesión de su primera presidencia
con mandato popular directo y por un período cuatrienal, inaugurando
uno de los lideratos estatales más prolongados y controvertidos
en la Latinoamérica contemporánea.
Apoyándose en la oligarquía terrateniente y en la alta oficialidad
militar que, como él, había servido a Trujillo, estableció un
régimen fuertemente conservador, tradicionalista y de democracia
restringida, que instrumentó con habilidad el recuerdo de los
horrores de la pasada dictadura y de la reciente guerra civil,
el temor a los desórdenes revolucionarios y las circunstancias
internacionales de la Guerra Fría, que en el área del Caribe no
admitían indefiniciones con respecto a la Cuba castrista. La pacificación
del país facilitó la retirada de la Fuerza Interamericana de la
OEA, cobertura del contingente invasor de Estados Unidos, en septiembre
de 1966.
Su estilo de gobierno, autoritario y drástico con las cortapisas
a la oposición, pero al mismo tiempo paternalista y alejado de
la gestualidad ofuscada o visceral, conforme a su faceta de hombre
de letras y profundamente culto, le encasilló en una particular
categoría del despotismo ilustrado o del caudillismo populista,
si acaso compartiendo escuela con su coetáneo ecuatoriano José
María Velasco Ibarra, otro maestro de la oratoria y de las resurrecciones
políticas.
Hombre menudo, sobrio en extremo, de aspecto frágil y luciendo
sus características gafas de puente negro y una media sonrisa
un tanto gélida, Balaguer se descubrió como un asceta y un gestor
avezado del poder cuyo ascendiente sobre la población, especialmente
la no instruida, fue tan intenso como el odio que levantaban sus
represiones. Ni el enriquecimiento económico ni la vida suntuaria
suscitaban su interés, aunque no vacilaba en recurrir a las arcas
del Estado para financiar sus campañas proselitistas y comprar
lealtades. Dato añadido que redunda en la singularidad del personaje,
el dirigente dominicano se mantuvo soltero de por vida y no se
le conoció pareja femenina (aunque en los mentideros de Santo
Domingo se hablaba de un hijo ilegítimo), estado civil insólito
en un mandatario de la región.
No tuvo empacho en enmendar la Constitución que él mismo había
promulgado el 28 de noviembre de 1966 para permitir la renovación
indefinida del mandato presidencial, reflejando el deseo de asirse
al poder pero salvaguardando las formas de la democracia representativa.
Libre de ese obstáculo jurídico, se presentó a los comicios del
16 de mayo de 1970 y ganó con el 57,2% de los votos merced a las
intimidaciones y agresiones de la Banda Colorá (temible
milicia del PR organizada un poco al estilo de los infames Tontons
Macoute del vecino dictador en la parte haitiana de la isla
de La Española, François Duvalier, quien, por cierto, tenía la
misma edad que Balaguer), el boicot de Bosch y, finalmente, el
fraude electoral.
El plan de reelección suscitó rechazo incluso en miembros del
propio Gobierno, con el vicepresidente Lora a la cabeza. Lora
abandonó el PR, fundó su propia agrupación, el Movimiento de Integración
Democrática Antireeleccionista (MIDA), y se enfrentó con Balaguer
en las elecciones de aquel año.
El desembarco en febrero de 1973 de un reducido grupo de exiliados
con propósito guerrillero brindó a Balaguer el pretexto para declarar
el estado de sitio y lanzar una vasta campaña represiva que empezó
con el exterminio de los rebeldes en las montañas -entre los caídos
figuró el mítico coronel Caamaño- y que se prolongó en las ciudades
sembrando el terror entre la oposición civil, incluida la legal.
Bosch hubo de pasar a la clandestinidad y el PRD se resintió de
la embestida, fracturándose entre el sector leal a Bosch, que
en diciembre puso en marcha el Partido de la Liberación Dominicana
(PLD, de naturaleza marxista en sus comienzos), y el encabezado
por el socialista José Francisco Peña Gómez, secretario general
del partido. En este episodio se constató el talento de Balaguer
también para crear disensiones entre sus enemigos.
La sensación de que en la República Dominicana había un híbrido
de dictadura y democracia -y con más rasgos de la primera que
de la segunda- se reprodujo en las elecciones del 16 de mayo de
1974, cuando el PRD y los otros partidos del denominado Acuerdo
de Santiago retiraron a su candidato, el latifundista Silvestre
Antonio Guzmán Fernández, por considerar que no se daban las mínimas
garantías y como protesta por los desafueros de los paramilitares
balagueristas. En estas circunstancias, el aspirante a la reelección
sólo compitió con un rival de escasa entidad, el contraalmirante
Luis Homero Lajara Burgos, del derechista Partido Popular Demócrata
(PPD), y se hizo con el 84,7% de los sufragios, mientras que su
partido ganó 80 de los 94 escaños de la Cámara de Diputados y
los 27 del Senado. La abstención alcanzó el 50%.
Una coyuntura favorable en los precios internacionales del azúcar,
el auge del turismo, las inversiones privadas foráneas y los programas
de obras públicas produjeron en estos años una fase de expansión
económica y la primera clase media sólida en la sociedad dominicana.
Balaguer eludió siempre su responsabilidad en la violencia de
la Banda Colorá y otros irregulares vinculados con las
Fuerzas Armadas, en un antecedente de los escuadrones de la
muerte centroamericanos, achacándola a sectores incontrolados
y a la subversión de izquierda, cuya verdadera fuerza exageró enormemente.
También incumplió las promesas sobre la reforma agraria, ya que
la pequeña minoría de propietarios autóctonos y las compañías
estadounidenses continuaron poseyendo la mayoría de las tierras
cultivables y las de mejor calidad. Pero cuando anunció su intención
de optar a un cuarto mandato consecutivo en las elecciones del
16 de mayo de 1978, y con fondo de deceleración económica, el
repudio popular fue tal que la derrota en las urnas ante el PRD
se antojó inevitable.
Cuando a las pocas horas de iniciarse el recuento del voto ese
extremo se hizo patente, los milicianos balagueristas y las fuerzas
de seguridad violentaron el escrutinio con la intención de imponer,
bien un escandaloso fraude, bien la anulación de la consulta,
pero desde Washington, el Gobierno de Jimmy Carter, que había
presionado para que estas elecciones se celebraran con garantías,
advirtió al presidente dominicano de las serias consecuencias
que para las relaciones bilaterales tendría un golpe electoral;
reanudado el escrutinio, se computó la victoria de Guzmán con
el 52,7% de los votos, diez puntos más que Balaguer.
5. De la oposición a la tercera etapa presidencial
El 16 de agosto de 1978 se produjo la histórica transferencia
de poder, que suele señalarse como el final del postrujillismo,
el principio de la despolitización del Ejército y el tránsito
a la democracia en la República Dominicana. Para Balaguer, fue
su primer fracaso en una trayectoria cuajada de éxitos, pero a
su extraordinaria carrera política aún le quedaba un cuarto de
siglo de vida.
En las elecciones del 16 de mayo de 1982 Balaguer volvió a ser
batido por el candidato perredeísta, el abogado socialdemócrata
Salvador Jorge Blanco, con el 39,2% de los votos frente al 46,7%
del llamado a suceder a Guzmán, que se suicidó el 4 de julio antes
de transferir la banda presidencial. Aunque en líneas generales
Blanco gobernó con talante democrático y respetó los derechos
y libertades fundamentales (si bien no dudó en ordenar reprimir
las protestas sociales de 1984 y 1985), encajó una severa crisis
económica por el aumento de los precios del petróleo y la contracción
de las exportaciones agrícolas, teniendo que ponerse al dictado
del FMI.
La impopularidad del ajuste económico, los escándalos de corrupción
y los conflictos internos en el PRD relanzaron el gancho electoral
de Balaguer, que entraba en su octava década de vida. En las votaciones
generales del 16 de mayo de 1986, después de un largo y caótico
escrutinio, fue declarado vencedor con el 41,4% de los sufragios
por delante del postulante oficialista, el anterior presidente
interino Jacobo Majluta Azar, y de Bosch. Majluta se quedó a 43.000
votos de Balaguer y protestó por lo que consideró una manipulación
del recuento en favor del anciano estadista. En las legislativas,
el Partido Reformista Social Cristiano (PRSC), nuevo nombre del
PR desde el año anterior a raíz de su fusión con el Partido Revolucionario
Social Cristiano, no alcanzó la mayoría absoluta y se quedó con
56 de los 120 diputados.
Tras la toma de posesión el 16 de agosto de su cuarta presidencia
por mandato electoral, Balaguer exhibió un estilo diferente que
causó estupor general. Como marcando las distancias de sus ominosos doce años, el paradigma americano de la senectud física
y política encabezó un combate contra la corrupción y los abusos
de las instituciones públicas. Ello se tradujo en destituciones
y arrestos en las cúpulas militares y policiales, incluidos dos
ministros de las Fuerzas Armadas, los generales Manuel Cuervo
(octubre de 1986) y Antonio Imbert Barrera (junio de 1988), aunque
estas defenestraciones se realizaron sobre un fondo de rumores
de complots contra el Gobierno civil. Su predecesor en el cargo,
Jorge Blanco, también fue reclamado por la justicia por presunta
corrupción. Ideológicamente, la absorción de 1985 permitió al
muy conservador PRSC extender su base política hacia el centroderecha
y crear vínculos con la Internacional Demócrata Cristiana.
En lo económico, Balaguer tampoco delegó en sus subordinados y
se encargó personalmente de impulsar el sector de la construcción,
una prioridad que la oposición tachó de mero populismo desarrollista
y que contribuyó a reducir sensiblemente el desempleo. Contando
con el respaldo total de la administración de Ronald Reagan, Balaguer
continuó siendo un celoso protector de los intereses de la oligarquía
azucarera nacional y del capital estadounidense.
El dinamismo de los mercados por la recuperación de las exportaciones,
gracias a la depreciación del peso, la promoción de zonas francas
industriales y el desarrollo del turismo multiplicó varias veces
el coste de la vida, provocando la contestación en las calles.
La ola de disturbios entre 1988 y 1989 dejó varios muertos por
la actuación brutal de las fuerzas de seguridad. Por lo demás,
bajo Balaguer no mejoraron un ápice, más bien se deterioraron,
los índices de pobreza, analfabetismo y delincuencia, mientras
que los servicios públicos de la sanidad y la electricidad siguieron
mostrando déficits propios de los países menos desarrollados,
incluso en la capital.
Así las cosas, no parecía que el sempiterno presidente dominicano
fuera capaz de ganar las elecciones del 16 de mayo de 1990 a menos
que pusiera a pleno rendimiento las maquinarias propagandística
del Gobierno y clientelista del partido. De nuevo, una fuerte
controversia caracterizó el escrutinio. Un mes transcurrió entre
el cierre de las urnas y la proclamación definitiva de Balaguer
con el 35,2% de los votos, apenas 25.000 más que Bosch, su inveterado
y ya también octogenario rival, que dijo haber sido víctima de
un "fraude colosal" blandiendo el dato de que en la última encuesta
electoral figuraba en cabeza con diez puntos de diferencia. En
la Cámara de Diputados, el partido del presidente vio reducida
su representación hasta los 41 escaños y fue superado en tres
actas por el PLD.
El primer año de la sexta presidencia de Balaguer estuvo marcado
por la recesión económica, con caída en picado de la producción
(-5% del PIB) y las exportaciones, y el rebote del paro. La deuda
exterior se situaba en los 4.300 millones de dólares y seguía
creciendo. La inflación del 75%, la penuria energética y la reducción
de la oferta pública de empleo fueron contestadas con una campaña
de huelgas generales y manifestaciones a las que Balaguer replicó
con mano dura, ordenando abatir a los revoltosos (varios muertos
en octubre y noviembre de 1990) a tiro limpio y practicando arrestos
masivos. La desesperación empujó a miles de dominicanos a convertirse
en boat people para alcanzar las costas del próspero Puerto
Rico en un viaje en el que muchos perdían la vida, mientras que
los que tenían algún ahorro incrementaron la numerosa colonia
de emigrantes en Estados Unidos.
En junio de 1991 el presidente decretó la expulsión inmediata
de los inmigrantes indocumentados como colofón a un reguero de
denuncias al Gobierno por el trato inhumano dispensado a los braceros
haitianos. Con respecto a las fortunas del país vecino, Balaguer
se mostró hostil a la llegada al poder en Puerto Príncipe del
izquierdista Jean-Bertrand Aristide, y tras su derrocamiento en
el golpe de septiembre de 1991 la junta militar del general Raoul
Cédras pudo sobrevivir a las sanciones económicas internacionales
gracias a la porosidad de la frontera dominicana, de donde obtenía
los vitales suministros de petróleo.
Impertérrito, Balaguer sorteó todas las dificultades y creó confusión
con amenazas de dimitir y anuncios de no presentarse a las elecciones
de 1994, pero para el patriarca de comer frugal y vestir anticuado
sólo parecía existir un vicio, cual era el poder. Como otro anciano
presidente contemporáneo, el autócrata de Côte d'Ivoire Félix
Houphouët-Boigny, Balaguer no reparó en gastos a la hora de financiar
faraónicas obras públicas de dudosa oportunidad, como la erección
del Faro de Colón, un viejo sueño de Trujillo que fue inaugurado
en octubre de 1992 como parte de los fastos del V Centenario de
la arribada del descubridor a la isla, y donde se depositó una
urna con sus atribuidas cenizas.
El mismo día del evento falleció una de las hermanas de Balaguer,
Ema, a la que había integrado en la función pública como asesora
particular y responsable de las campañas de justicia social del
partido, una obra caritativa de fuerte regusto populista que recibió el nombre de Cruzada del Amor.
Después de estrangular la inflación por el procedimiento simple
de cesar la emisión de moneda, de renegociar con éxito el servicio
de la deuda con los organismos multilaterales de crédito y de
arrancar un tímido proceso de privatizaciones, en 1992 Balaguer
y su equipo volvieron a meter al país por la senda del crecimiento
(la tasa alcanzó aquel año el 7,5%, aunque el ritmo decayó luego,
en buena parte debido al desastroso servicio que brindaba la Corporación
Dominicana de Electricidad, propiedad del Estado) y recuperaron
parte de la confianza popular en las capacidades del Gobierno.
6. Una influencia decisiva en la política nacional
hasta el último momento
Como todo el mundo esperaba, Balaguer, con 87 años, necesitando
asistencia para caminar y prácticamente ciego, solicitó a su partido
la octava nominación presidencial consecutiva para las elecciones
del 16 de mayo de 1994, que le fue obviamente concedida por una
de las formaciones más personalistas y verticales de América.
En una escandalosa regresión a los métodos de un pasado que se
creía superado, los balagueristas pusieron todo tipo de obstáculos
al veterano Peña Gómez, gran favorito en los sondeos y tercero
en la liza electoral de 1990. Entre 100.000 y 200.000 potenciales
votantes suyos fueron retirados de los padrones electorales, según
confirmaron los observadores de Estados Unidos y la OEA, y él
fue objeto de una violenta campaña racista basada en el origen
haitiano de sus padres y en el color negro de su piel.
Tras más de dos meses de recuentos y de tensiones, la Junta Central
Electoral (JCE) declaró ganador a Balaguer con el 42,5% de los
votos frente al 41,4% de Peña y el 13% de Bosch. En el Congreso,
el PRSC fue superado por el PRD tanto en la Cámara de Diputados
como en el Senado, ganando nueve actas en la primera y perdiendo
dos en el segundo. La agitación en las calles de los perredeístas
que se sentían estafados y la negativa reacción internacional
ante lo sucedido -resultó decisiva la amonestación de Estados
Unidos- sumieron al país en un estado de crisis que no amainó
hasta que el 10 de agosto, seis días antes de la toma de posesión,
el PRSC, el PRD y el PLD adoptaron un Pacto por la Democracia para asegurar la gobernabilidad del país y que supuso una rectificación
parcial por Balaguer.
El documento estableció varias reformas a la normativa electoral,
entre ellas la prohibición de la reelección del presidente para
dos períodos consecutivos, la introducción de la segunda vuelta
electoral en el que caso de que ningún candidato obtuviese el
50% más uno de los votos, la actualización del censo electoral,
la independencia de la JCE respecto del Ejecutivo y la facilitación
de la observación electoral por monitores nacionales e internacionales.
Asimismo, como medida de transición, se acordó celebrar elecciones
anticipadas el 16 de noviembre de 1995 (la fecha fue luego postergada
medio año con el acuerdo del PRSC y el PLD) a las que Balaguer
no se presentaría por primera vez en tres décadas. Bosch, no menos
acosado por los achaques de la edad (padecía una aguda arterioesclerosis
y un principio del mal de Alzheimer), también aceptó poner fin
al larguísimo caudillaje sobre su partido.
El país había atravesado definitivamente el Rubicón de la limpieza
electoral, pero Balaguer sorprendió con una última maniobra de
maquiavelismo político: enterró su antagonismo con Bosch, muy
alejado ya de sus coqueteos marxistas y escorado a la derecha,
y se puso de acuerdo con él para cerrarle el paso en las elecciones
de 1996 a Peña, nuevamente víctima de los prejuicios raciales
de las castas políticas blancas y de la inquina particular de
quien le había, con toda seguridad, hurtado la Presidencia dos
años atrás.
En la primera vuelta del 16 de mayo, el líder perredeísta superó
ampliamente al postulante del PLD, el joven abogado mulato Leonel
Antonio Fernández Reyna, y al del PRSC, el vicepresidente de la
República Jacinto Peynado Garrigosa -que, ignorado por Balaguer,
jugó un papel de mero figurante en toda esta intriga-, pero no
alcanzó la mayoría requerida, luego tuvo que acudirse a una segunda
vuelta el 30 de junio. En el ínterin se activó el pacto Balaguer-Bosch,
denominado Frente Patriótico Nacional (FPN), que aseguró el triunfo final del peledista.
El acuerdo que creaba el FPN en torno a la candidatura de Fernández
Reyna fue firmado por Balaguer y Bosch el 2 de junio en presencia
de 15.000 entusiasmados seguidores de uno y otro partido en el
Palacio de los Deportes de Santo Domingo. Balaguer pronunció un
discurso en el que sostuvo que era la primera vez en la historia
nacional que se firmaba un pacto "inspirado exclusivamente en
finalidades de orden patriótico y no en el reparto del presupuesto
de la nación". "Lo que queremos es impedir que el país caiga en
manos que no sean verdaderamente dominicanas", afirmó, como dando
a entender que el negro Peña no podía ser considerado un ciudadano
plenamente autóctono.
Las de 1996 fueron probablemente las elecciones más ordenadas
y limpias en la historia del país, que es lo que certificaron
los observadores locales y extranjeros. Balaguer transmitió el
poder por última vez el 16 de agosto. Dejaba en herencia un país
sumido en el trajín de las obras públicas, sobre todo en las infraestructuras
de transportes, y con un sector turístico en expansión. La pujanza
de la construcción y el turismo coadyuvaban a obtener un crecimiento
global en torno al 7% anual.
Pero el panorama estaba lejos de ser idílico, debido a la servidumbre
de la deuda externa, el alto desempleo y los números rojos del
erario público, con un bajo nivel de ingresos fiscales y la preocupación
añadida de la virtual bancarrota en que se encontraban la Corporación
Dominicana de Electricidad y el Consejo Estatal del Azúcar. Y,
por supuesto, subsistía una realidad abrumadora de pobreza y corrupción.
En una de sus últimas manifestaciones públicas antes de salir
de la Presidencia, Balaguer afirmó: "Yo he dejado el país listo
como un avión de nuevo modelo para el despegue hacia el verdadero
desarrollo". Ese "verdadero desarrollo" competía a sus sucesores,
empezando por Fernández Reyna.
Próximo a cumplir los 90 años, en el momento de su salida Balaguer
era el jefe de Estado más longevo del mundo, registro tanto más
asombroso por cuanto que se trataba de un gobernante con mandato
electoral y no un dictador de partido único o un monarca. Con
su traje gris, su sombrero negro y sus lazarillos, componía una
estampa anacrónica y contrastada en eventos como las cumbres iberoamericanas,
donde, no obstante, demostró tener energías suficientes como para
realizar largos discursos cargados de retórica trasnochada para
admiración de colegas 40 años más jóvenes.
El FPN con el PLD se disolvió después de la asunción de Fernández
Reyna. Balaguer obtuvo para su partido unos muy pobres resultados
en las legislativas del 16 de mayo de 1998, 16 escaños con el
16,8% de los votos, pero ser el dirigente de la tercera fuerza
parlamentaria y estar ausente del Ejecutivo no fueron óbices para
que siguiera conservando una asombrosa omnipresencia: por su escrutinio
siguieron pasando todas las iniciativas legales del Congreso con
trascendencia política o económica, y continuó reservándose la
confección de las listas de los candidatos de su partido a diputados
y senadores.
Completamente ciego, sordo e incapaz de hablar o de mantenerse
en pie más que unos pocos minutos, Balaguer todavía obtuvo del
PRSC la nominación para las elecciones del 16 de mayo de 2000,
convirtiéndose en el más anciano aspirante a la presidencia de
una república en la historia de los procesos electorales de todo
el mundo. Ésta era su novena lid presidencial, un registro inigualado
por nadie en ningún lugar y ninguna época.
Desplazándose en un vehículo especialmente acondicionado y visitando
áreas rurales donde era recibido como un hombre providencial con
atributos poco menos que sobrenaturales, el Doctor desplegó
una campaña al más viejo estilo populista, buscando el contacto
humano, repartiendo a los congregados obsequios y los famosos
"sobrecitos" llenos de dinero, y centrando sus sucintos discursos
en la lucha contra la pobreza, la protección del medio ambiente
y la defensa de la "dominicanidad". Con todo, según una encuesta,
el 80% de los ciudadanos creía que Balaguer no estaba capacitado
para gobernar.
En las últimas elecciones del siglo Balaguer quedó en tercer lugar
con un meritorio 24,6% de los votos tras Danilo Medina Sánchez,
del PLD -a quien, de hecho, a punto estuvo de rebasar- y Rafael
Hipólito Mejía Domínguez, del PRD, quien se quedó a una décima
de la mayoría absoluta pero que se ahorró la segunda vuelta al
conceder la derrota el candidato oficialista, luego de constatar
que Balaguer no iba apoyarle, como había sucedido con Fernández
Reyna en 1996.
En los últimos meses de su vida Balaguer no interrumpió la actividad
política, tan decisiva como siempre. Se encargó de confeccionar
las listas del partido para las elecciones al Congreso del 16
de mayo de 2002 (en las que el PRSC siguió sumido en la tercera
posición, si bien subió de los 17 a 36 diputados, retardando un
probable hundimiento cuando desapareciera el viejo caudillo) y
mantuvo contactos con Mejía sobre una posible cooperación política,
todo lo cual provocó malestar en sectores del partido que no consideraban
positivo que la formación dependiera tanto de la capacidad de
maniobra del casi sacralizado líder.
Otras personas insinuaron que el centenario en ciernes, convertido
en un ermitaño en su residencia junto con sus sirvientes y sus
perros, personalizaba un proceso de toma de decisiones falto de
transparencia. Nominalmente, Balaguer seguía siendo el cabeza
del partido, si bien el ex jefe del Estado Reid Cabral venía presidiendo
en funciones el Directorio Central Ejecutivo. Estas divisiones
sólo denotaban la incertidumbre general por el futuro de una formación
para la que su jefe vitalicio no iba dejar delfín o sucesor
conocido.
El 4 de julio de 2002, en plenas negociaciones con los representantes
del PRD para consensuar una reforma constitucional sobre la bajada
al 45% del listón para ganar las elecciones presidenciales en
la primera vuelta (cambio que fue considerado letal para los intereses
del partido por varios socialcristianos, ahondando las divisiones
internas) y la reintroducción de la reelección presidencial, y
con otra reunión con Mejía en la agenda, Balaguer fue hospitalizado
de urgencia con una úlcera sangrante en el estómago. Días después
fue conectado a la respiración asistida y se le practicó una traqueotomía,
y en las primeras horas del 14 de julio, después de sufrir una
nueva hemorragia gastrointestinal, falleció a causa de un paro
cardíaco mientras dormía.
Sólo unas horas antes del deceso, la Asamblea Nacional Revisora
aprobó parte de las reformas a la Carta Magna en el sentido propiciado
por Balaguer. Después de las muertes de Peña Gómez en mayo de
1998 y de Bosch en noviembre de 2001, la desaparición de Balaguer,
que se llevó a la tumba el enigma de su auténtica personalidad,
clausuró un largo capítulo de la política dominicana.
El cuerpo de Balaguer estuvo expuesto en velatorio público en
su vivienda en la avenida Máximo Gómez de Santo Domingo durante
tres días, los mismos que duró el duelo oficial decretado por
el presidente Mejía. El 17 de julio se celebró un tumultuoso funeral
de Estado con un coro de alabanzas, pero también de execraciones
por los familiares de los muchos asesinados durante sus primeras
presidencias. Después de recibir honras fúnebres en el Palacio
Nacional y celebrada la misa de cuerpo presente en la iglesia
de la Paz, Balaguer fue inhumado en el panteón familiar del cementerio
Cristo Redentor, donde reposan sus padres y seis de sus siete
hermanas.
7. Obra literaria
Como artista de la pluma, faceta que fuera de su país quedó eclipsada
por su fuerte perfil político, Balaguer tuvo, como se apuntó arriba,
una producción variada y copiosa, para la que siempre encontró
tiempo no obstante sus responsabilidades públicas. En verso tocó
los temas líricos de temática intimista, las elegías y los panegíricos
a los héroes nacionales dominicanos. Estas composiciones están
recogidas en los libros Salmos paganos (1920); Claro
de luna (1920); Tebaida lírica (1924); Cruces iluminadas
(1974); La cruz de cristal (1976); El huerto sellado
(1980); Galería heroica (1986); La venda transparente
(1987); y, Voz silente (1993).
En prosa, su extraordinaria erudición le permitió saltar con soltura
del ensayo político y sociológico a la exégesis y la crítica literarias
(donde produjo algunos títulos recomendados por universidades
del continente como libros de texto y de referencia), y del estudio
histórico al comentario autobiográfico con finalidad didáctica,
sin olvidar la novela.
Las biografías oficiales citan los siguientes títulos: Ensayo
del escritor Federico García Godoy (1927); Nociones de
métrica castellana (1930); Heredia, verbo de la libertad
(1939); Letras dominicanas (1941); Guía emocional de
la ciudad romántica (1944); Historia de la literatura dominicana
(1944); En torno a un pretendido vicio prosódico de los poetas
latinoamericanos (1944); La política internacional de Trujillo
(1947); Los próceres escritores (1947); Semblanzas literarias
(1948); El Cristo de la libertad (1950); Principio de
la alternabilidad en la historia dominicana (1952); Apuntes
para la historia prosódica de la métrica castellana (1954);
La palabra al servicio de la libertad política (1957);
Colón, precursor literario (1958); El centinela de la
frontera (1962); Apuntes para la historia de los Trinitarios
(1966); Temas históricos y literarios (1974); Los carpinteros
(1983); La isla al revés (1983); Memorias de un cortesano
en la era Trujillo (1988); y, Yo y mis condiscípulos
(1996).
En añadidura, sus más importantes discursos políticos y piezas
de oratoria sobre diversos temas -varios calificados de "memorables"-
están recopilados en los libros: La marcha hacia el Capitolio
(1973); La palabra encadenada (1975); Pedestales;
Entre la sangre del 30 de mayo y el 24 de abril; Mensajes
Presidenciales (1978); Mensajes al pueblo dominicano
(1983); y, La voz del Capitolio (1984).
(Última actualización: 20 julio 2002)
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