La presidencia entre 1982 y 1986 en la República Dominicana de Salvador Jorge Blanco, del socialdemócrata Partido Revolucionario Dominicano (PRD), estuvo caracterizada por los aprietos económicos y financieros, y por la gestión errática del estadista, que osciló entre el acatamiento de los dictados del FMI, la represión de las protestas populares por el deterioro de las condiciones de vida y la concesión de medidas favorables a las fuerzas sociales. Tras terminar su mandato, este profesional de la abogacía hizo frente a un largo proceso penal por actos de corrupción que, según el tribunal que le juzgó y condenó, había tolerado y cometido.
Abogado
y senador del PRD
Hijo de empresario y de maestra, se educó en el colegio Ercilia
Pepín y en los liceos Onésimo Jiménez y Ulises Francisco Espaillat
(UFE) de su ciudad natal, Santiago de los Caballeros, antes de
matricularse en la Universidad de Santo Domingo. En 1950 se doctoró en Derecho cum laude con una tesis sobre la unidad jurisdiccional
en el ejercicio de las acciones pública y civil, y se colegió
como abogado. Al año siguiente redondeó su currículum académico
en la Universidad Central de Madrid (hoy, Universidad Complutense)
con una maestría de posgrado en la especialidad de Derecho Internacional
y vinculada a un trabajo sobre el derecho de asilo político. No
tardó en convertirse en un abogado de prestigio, con despacho
en su terruño santiaguero, además de ser conocido en los círculos
musicales por sus habilidades como instrumentista de piano y violonchelo.
Su primera incursión en la militancia política fue, tras el asesinato
del dictador Rafael Leonidas Trujillo en mayo de 1961, en las
filas de la Unión Cívica Nacional (UCN). Fundada y liderada por
el doctor Viriato Alberto Fiallo Rodríguez, la UCN era una formación
conservadora, pero antitrujillista y firme defensora del establecimiento
de la democracia competitiva. Jorge Blanco estuvo al frente del
comité provincial ucenista en Santiago y de la campaña de las
elecciones presidenciales de diciembre de 1962, en las que Fiallo
fue arrollado por Juan Emilio Bosch Gaviño, líder y cofundador
en 1939 del Partido Revolucionario Dominicano (PRD), entonces
una formación nítidamente izquierdista, nacionalista y de simpatías
procubanas, aunque no marxista y adscrita al socialismo democrático.
El abogado cortó amarras con la UCN a raíz del respaldo de Fiallo
al derrocamiento de Bosch, el legítimo presidente, en el golpe
de Estado perpetrado por los sectores más conservadores del país
en septiembre de 1963. Luchó desde la legalidad por el retorno
del orden constitucional y terminó integrándose en el PRD. Tras
el triunfo, a la postre efímero, del sector constitucionalista del Ejército encabezado por el coronel Alberto Caamaño Deñó en
el movimiento revolucionario de abril de 1965, que acarreó la
caída del Triunvirato civil formado tras la remoción de Bosch
y dominado por la UCN, el estallido de la guerra civil y la invasión
de los marines de Estados Unidos con el pretexto del restablecimiento
del orden, Jorge Blanco fue llamado a ejercer de procurador general
de la República, y como tal contribuyó al cese de las violencias
fratricidas y a la normalización política. En particular, formó
parte de la Comisión Negociadora multipartita que arregló la marcha
de las tropas estadounidenses y que acordó la instalación del
Gobierno provisional presidido por Héctor Federico García-Godoy.
En los doce años que siguieron a la inauguración del régimen derechista
de Joaquín Balaguer Ricardo, antiguo servidor de Trujillo, cabeza
del Partido Reformista (más tarde Partido Reformista Social Cristiano,
PRSC) y vencedor en las elecciones consecutivas de 1966, 1970
y 1974 (en las dos últimas ediciones, mediante groseros fraude
e intimidación), el jurista fue escalando posiciones en el PRD,
que, víctima de una sañuda represión del gobierno pseudodemocrático,
pasó años muy duros. Así, tomó asiento en la Comisión Política
y el Comité Ejecutivo Nacional del partido.
Por otro lado, cuando en diciembre de 1973 Bosch, resuelto a defender
la causa del marxismo, se escindió para fundar el Partido de la
Liberación Dominicana (PLD), Jorge Blanco permaneció fiel a la
facción mayoritaria que encabezaba José Francisco Peña Gómez,
secretario general del partido y en adelante presidente del PRD,
que fue perfilando una doctrina socialdemócrata. Al margen de
la política, entre 1970 y 1976 impartió docencia como catedrático
de Derecho en la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra
(PUCMM). Asimismo, en 1973 y 1975 presidió la Asociación de Abogados
de Santiago.
En 1977 Jorge Blanco lanzó su precandidatura en la interna del
PRD para la proclamación del postulante presidencial en los comicios
de 1978, pero la elección recayó en el latifundista Silvestre
Antonio Guzmán Fernández, que ya había sido designado para la
edición de 1974 pero que entonces no había llegado a concurrir
por decidir el boicot la mayoría de los partidos de la oposición.
Las trascendentales elecciones del 16 de mayo de 1978, que Balaguer
y los reformistas no pudieron falsificar por la severa advertencia
del Gobierno de Estados Unidos, dieron la victoria incontestable
a sus odiados adversarios, los perredeístas: Guzmán fue proclamado
presidente y Jorge Blanco ganó su primer mandato representativo,
el de senador por el Distrito Nacional, circunscripción que incluye
a la capital del país.
Como miembro de la cúpula del PRD y líder de su bancada de senadores,
Jorge Blanco se distinguió como un fustigador del estilo y las
políticas gubernamentales de su propio conmilitón, generándose
un enfrentamiento institucional que, al parecer, debía mucho al
rencor que el abogado guardaba al empresario por haberle arrebatado,
tal como decidieron las bases del partido, la candidatura presidencial
en las primarias de 1977. Ya entonces atacó a Guzmán por, a su
entender, carecer de la formación y la competencia para desempeñar
la suprema magistratura; ahora, además, le acusaba de gobernar
al margen de las directrices y los principios del PRD.
El senador se tomó el desquite en la elección primaria de octubre
de 1981, cuando ganó la partida al favorito de Guzmán, el vicepresidente
de la República Jacobo Majluta Azar, exponente de una corriente
centrista del PRD. Inmune al escándalo por el supuesto espionaje
telefónico realizado a Guzmán, Balaguer y Bosch por Avanzada Electoral,
un grupo de apoyo a su candidatura presidencial, y, ante el electorado,
convincente en sus denuncias de que los tres líderes citados estaban
participando en inconfesables conciliábulos, Jorge Blanco acabó
la campaña electoral como el favorito.
El 16 de mayo de 1982 los pronósticos no erraron y el perredeísta
se proclamó presidente para los próximos cuatro años con el 46,7%
de los votos, frente al 39,2% obtenido por Balaguer y el 9,8%
de Bosch. En las legislativas, el PRD se aseguró la mayoría absoluta
en ambas cámaras con 17 senadores de 27 y 62 diputados de 120.
La campaña fue menos enconada y violenta que otras del pasado
reciente; aunque mucho menos activo, el pistolerismo de signo
político provocó siete muertos.
El 4 de julio, a seis semanas de la transmisión de poderes, el
país fue conmocionado por el suicidio, mediante un pistoletazo
que se infligió en la cabeza dentro del palacio presidencial,
de Guzmán. La dramática muerte del mandatario saliente, a falta
de una explicación convincente, fue enmarcada por la opinión pública
en un estado de angustia por problemas personales relacionados
con deudas económicas o con actos de corrupción cometidos por
su entorno de allegados, una lacra esta última que precisamente
Jorge Blanco había prometido combatir.
Presidente constitucional entre 1982 y 1986
No obstante haber enarbolado durante la campaña la bandera de
la socialdemocracia, en el mismo discurso de la toma de posesión
de su cargo el 16 de agosto, Jorge Blanco anunció un período de
austeridad para hacer frente a la grave crisis económica y financiera
que se abatía sobre el país. El diagnóstico del presidente no
podía ser más crudo: la República Dominicana estaba en virtual
“bancarrota”.
Las debilidades estructurales de la nación caribeña, que arrastraba
serios déficits en todas las franjas del desarrollo, quedaron
en evidencia por la convergencia de una serie de factores externos
más o menos coyunturales, fundamentalmente tres: el incremento
del precio del petróleo, las dificultades para mantener los niveles
de venta en los mercados mineros de bauxita, ferro-níquel, oro
y plata, y, sobre todo, la crisis del sector del azúcar de caña
y sus derivados, producción que todavía aportaba la mitad de los
ingresos del comercio exterior de bienes, debido a la caída de
los precios internacionales.
Acuciado por el deplorable estado de las cuentas del Estado y
por el próximo vencimiento de pagos de deuda externa, cuyo monto
total ascendía a los 2.400 millones de dólares, el presidente
dispuso un abanico de medidas intervencionistas, como la congelación
de los salarios y los precios, y la prohibición de importar un
amplio número de productos de consumo, con el objeto de ahorrar
divisas y poder cumplir con las obligaciones deudoras. Para dar
ejemplo, el mandatario empezó por rebajar su propio sueldo mensual,
desde los 5.000 a los 3.000 dólares, y los de todos los altos
cargos del Ejecutivo que superaran los 375 dólares mediante la
anulación de los aumentos salariales introducidos en la Administración
pública y organismos oficiales el mismo día de las elecciones.
Toda vez que el mero recorte de los gastos resultaba insuficiente
para cubrir el coste de la deuda y que la banca privada internacional
se negaba a otorgar nuevos préstamos y a reescalonar el pago de
los intereses de los ya concedidos, Jorge Blanco tomó un paso
delicado por su tremendo impacto social y por su coste en términos
de popularidad personal: solicitar la asistencia crediticia del
FMI, con todas las servidumbres que ello conllevaba. Las negociaciones,
favorecidas por las buenas relaciones con Estados Unidos heredadas
de la administración anterior, culminaron en enero de 1983 en
un Acuerdo de Servicio Ampliado por valor de 460 millones de dólares.
A cambio de la asistencia del Fondo bajo un sistema de giros escalonados
durante tres años, el Estado dominicano se comprometía a suprimir
las subvenciones al consumo, restringir el crédito interno, suspender
toda emisión monetaria sin el debido respaldo y prolongar la austeridad
presupuestaria.
Todas las medidas eran dolorosas, y más en un país castigado por
la pobreza y el paro endémicos. Pero fue el drástico encarecimiento
de los productos de primera necesidad, alimentos y medicinas,
en algunos casos hasta un 200%, como resultado de la devaluación
del peso y la fijación para las importaciones del tipo de cambio
de 2,75 pesos por dólar –hasta entonces, había funcionado una
cotización oficial artificialmente ajustada a la paridad e ignorada
por el mercado paralelo de divisas-, el detonante de una vasta
protesta popular el 23 de abril de 1984, precisamente cuando el
Gobierno decía sostener un duro forcejeo con el FMI por las condiciones
del servicio crediticio.
Un rosario de motines, paros laborales, saqueos de tiendas de
alimentos y choques con la Policía en Santo Domingo, Santiago
de los Caballeros, San Francisco de Macoris y otras ciudades del
país conformaron una verdadera revuelta del hambre que
dejó varias decenas de muertos, 54 según el Gobierno y un centenar
largo según las organizaciones sociales. Jorge Blanco acusó a
la extrema izquierda y a la derecha balaguerista de hacer causa
común con un sector reaccionario del Ejército para instigar la
peor ola de violencia desde la guerra civil de 1965, a la vez
que pidió a la ciudadanía que mantuviera la confianza en el Gobierno
y afirmara con su conducta el carácter “pacífico de la democracia”.
Comenzado mayo, el presidente endureció su discurso y valoró la
convocatoria de huelga general lanzada por cinco centrales obreras
como un movimiento encaminado a atentar contra el régimen constitucional;
en consecuencia, como medidas “preventivas”, ordenó la militarización
de la capital y el arresto de cabecillas en los medios izquierdistas
y sindicales. Los dramáticos sucesos de abril de 1984 aceleraron
la tendencia zigzagueante del presidente, decepcionando a los
sectores progresistas que habían creído que su victoria electoral
de dos años atrás había de suponer un vigoroso impulso a la llamada
“segunda transición”, la etapa de fortalecimiento del pluralismo,
respeto de los derechos y libertades fundamentales, y desmilitarización
del Estado comenzada durante la presidencia de Guzmán, considerado
el enterrador del postrujillismo. Lo cierto era que el
margen de maniobra e iniciativa con que contaba el actual titular
del poder ejecutivo, agobiado por los problemas económicos, presionado
por el FMI y arrinconado por sus detractores domésticos, era bastante
limitado.
El 25 de mayo, el Gobierno anunció la ruptura de las negociaciones
con el FMI. Se trató de una finta que buscaba, y consiguió, apaciguar
las protestas. Un mes más tarde, el presidente daba otro bandazo
y comunicaba la reanudación del diálogo crediticio. A finales
de agosto, reveló a la estupefacta opinión pública la aplicación
de un nuevo paquete de medidas de austeridad, entre ellas un alza
del 50% en el precio de la gasolina, y sin dejar de recalcar que
esas eran las condiciones del FMI. Los sindicatos volvieron a
convocar una huelga general de 24 horas, para el 3 de septiembre,
y el Gobierno trató de abortarla mandando detener a los líderes
obreros.
Otro anuncio de subida del precio del combustible desató una nueva
ola contestataria, huelga general y víctimas mortales por disparos
de las tropas incluidos, a caballo entre enero y febrero de 1985,
obligando al presidente a hacer una retractación parcial. En abril,
el FMI accedió a liberar un crédito stand-by condicionado
a la puesta del peso en flotación y a la creación de una tasa
de cambio unificada y devaluada. En julio, la amenaza por los
sindicatos de realizar la enésima huelga general bastó para que
Jorge Blanco, muy debilitado tras un año largo de confrontación
en la calle y de proliferación de denuncias de corrupción, se
apresurara a conceder unos aumentos salariales.
Al mismo tiempo, la reducción de las cuotas de importación de
azúcar dominicano por Estados Unidos, cuyas autoridades aplicaron
medidas proteccionistas en beneficio de los productores locales,
agudizó la crisis del sector y tuvo un impacto nefasto en la economía
nacional, que registró tasas de crecimiento negativo. Pero, por
otro lado, las medidas de ajuste y estabilización surtieron efecto,
como se vio en la tendencia declinante del déficit público y,
desde 1984, de la inflación. Los recursos del FMI y los ingresos
procedentes del turismo, las zonas francas y las remesas de los
emigrantes contribuyeron a aumentar las reservas en moneda extranjera
y a una ligera apreciación del peso con respecto al dólar.
El penúltimo y erosivo año de su mandato no terminó para Jorge
Blanco sin un serio revés de política partidista: la proclamación
de Majluta, a la sazón presidente del Senado, como el candidato
presidencial del PRD. La elección interna de noviembre de 1985
resultó de lo más tumultuosa y supuso la derrota de Peña Gómez,
quien contaba con el apoyo discreto del presidente de la República.
A estas alturas, Majluta representaba la derecha del perredeísmo,
que no hacía ascos al entendimiento con Balaguer y que preconizaba
el liberalismo económico bajo los dictados fondomonetaristas.
El cúmulo de adversidades alimentó los balances críticos y negativos
de la gestión de un hombre que había iniciado su mandato como
uno de los más prometedores líderes dominicanos. Su imagen de
paladín de las libertades y la honestidad se había resentido por
las actuaciones policiales y militares a la hora de sofocar las
protestas sociales y por las sospechas de graves corruptelas en
su entorno, aunque en este terreno los verdaderos problemas personales
estaban por venir. Aunque se esforzó en ofrecer una imagen de
laboriosidad y de sincera preocupación por los problemas económicos
del país, su insistencia en descargarse de cualquier responsabilidad
por lo que, aseguraba, no eran más que infortunios foráneos y
maquinaciones domésticas, terminó por hastiar a la opinión pública.
En estas circunstancias, y aunque trató por todos los medios de
desligarse de la mala imagen del Gobierno, Majluta libró cuesta
arriba la campaña de las presidenciales del 16 de mayo de 1986,
en las que, tras un largo y caótico escrutinio que hizo retroceder
puntos la calidad de la democracia dominicana, fue proclamado
vencedor el octogenario en ciernes Balaguer. Puesto que se quedó
a 43.000 votos del sempiterno caudillo del reformismo, ahora apellidado
socialcristiano, Majluta denunció haber sido víctima de un recuento
fraudulento.
Cuentas con la justicia tras la salida del poder
Jorge Blanco, con más pena que gloria, cesó en la Presidencia
el 16 de agosto de 1986. Lo primero que hizo Balaguer tras recobrar
la jefatura del Estado fue lanzar una campaña anticorrupción no
exenta de demagogia –y de hipocresía, toda vez que él había desviado
dinero público para financiar campañas proselitistas con insuperable
desparpajo-, la cual tuvo en el anterior jefe del Estado su diana
más preclara.
No sin razón, el PRD consideró un sarcasmo que se quisiera hacer
pagar a Jorge Blanco por la comisión de delitos económicos mientras
que las abundantes violaciones de los Derechos Humanos cometidas
por Balaguer y sus servidores durante los ominosos doce años (1966-1978) permanecían impunes. Ahora bien, la cascada de denuncias
y revelaciones sacó a la luz, y no cabía dudar de ello, un escenario
de corrupción a gran escala del que había sido principal usufructuario
el oficialismo ahora en la oposición. De hecho, los gobernantes
perredeístas, contrariamente a sus declaraciones de integridad,
habían practicado lo que la prensa calificó de un auténtico pillaje
de los recursos del Estado.
La persecución judicial del ex presidente comenzó con la denuncia
por la Dirección de Presupuesto del Gobierno de que la caja del
Estado había sufrido un desfalco por valor de 25 millones de pesos
en unas compras de las Fuerzas Armadas a unas empresas vinculadas
a personas próximas a Jorge Blanco, que vendieron a los militares
cierto número de bienes a un grosero sobreprecio. Esta presunta
malversación de caudales públicos fue investigada formalmente
a raíz de la denuncia-querella presentada en octubre por el abogado
Marino Vinicio Castillo, presidente del partido derechista Fuerza
Nacional Progresista, quien se personó como acusación particular
y civil. Las imputaciones de delitos de corrupción se extendieron
a una treintena de antiguos miembros del Gobierno y altos funcionarios,
civiles y militares, que habían servido en la etapa precedente,
entre ellos el ex secretario (ministro) de las Fuerzas Armadas
y general retirado Manuel Antonio Cuervo Gómez. El 23 de diciembre,
la procuradora general de la República prohibió a Jorge Blanco
abandonar el país.
El 30 de abril de 1987, de resultas de la emisión por la juez
de instrucción de una orden de prisión preventiva nada más terminar
el interrogatorio a que fue sometido, el ex presidente tomó refugio
junto con su esposa e hijos en la Embajada de Venezuela en Santo
Domingo, donde solicitó el asilo político, confiado en la respuesta
positiva del Gobierno del socialdemócrata Jaime Lusinchi. A la
legación diplomática llegó con una disfunción del corazón que
el 8 de mayo requirió su internamiento en una clínica capitalina.
Los facultativos que le atendieron confirmaron la gravedad de
la dolencia cardíaca y aconsejaron su hospitalización en un centro
especializado de Atlanta, Estados Unidos.
El diagnóstico fue confirmado por una junta médica designada por
el Gobierno y compuesta por miembros de la Asociación Médica Dominicana,
tras lo cual, el 14 de mayo, el procurador general, con la anuencia
del presidente Balaguer, revocó la orden de prisión y autorizó
la partida inmediata de Jorge Blanco al University Emory Hospital
de Atlanta, a donde llegó ese mismo día por la noche. Al mismo
tiempo, las autoridades venezolanas comunicaron su rechazo a la
demanda de asilo.
Desde su habitación del hospital del estado de Georgia, el estadista
dominicano agotó todos los instrumentos del derecho, que él, como
jurista, conocía muy bien, para impedir la apertura de un juicio
por 38 imputaciones penales; entre los delitos presuntamente cometidos
durante su mandato presidencial, figuraban los de malversación
de fondos públicos, falsedad de escritura, abuso de confianza,
estafa y prevaricación. Los sucesivo recursos y apelaciones presentados
por sus abogados, el argumento –asumido por sus partidarios en
casa- de que era objeto de una “persecución política”, la negativa
a comparecer ante el juez con la disculpa de su enfermedad y la
denuncia interpuesta ante la Comisión Interamericana de Derechos
Humanos no impidieron el inicio el 16 de noviembre de 1988 de
un juicio en contumacia que en el tiempo récord de diez días produjo
una sentencia de culpabilidad y una condena a 20 años de prisión
y a una multa de 100 millones de pesos.
Fue entonces cuando Jorge Blanco, ya como convicto de la justicia,
decidió regresar a la República Dominicana para mejor sostener
el recurso de apelación. El 30 de noviembre aterrizó en Santo
Domingo y desde su celda provisional de una prisión próxima a
la capital pasó a librar una batalla legal que consiguió la anulación
de la primera sentencia a finales de 1989. El juicio comenzó de
nuevo y el 8 de agosto de 1991 fue por segunda vez declarado culpable
y condenado a cumplir 20 años de reclusión y a pagar una multa
de 73 millones de pesos.
El ex presidente llegó a ingresar en prisión, pero sólo estuvo
en ella dos meses. Tras un larguísimo proceso de apelación, en
mayo de 2001 la Corte de Apelación de Santo Domingo dictó la nulidad
de la sentencia recurrida “por contener violaciones a normas sustanciales
contenidas en la Constitución de la República relativas al derecho
de defensa y al libre proceso'', y la reapertura del proceso.
La odisea judicial de Jorge Blanco tocó a su fin en septiembre
del mismo año, cuando el entonces presidente perredeísta de la
República, Rafael Hipólito Mejía Domínguez, decidió retirar la
demanda del Gobierno que pesaba contra él, lo que equivalía a
un indulto.
Salvador Jorge Blanco es autor de varios ensayos sobre aspectos
de la justicia, la política y la historia nacional, entre los
que se citan: Formularios en las vías de ejecución (1969);
Introducción al Derecho; Guerra, revolución y paz;
La unidad de jurisdicción analizada en el ejercicio de la acción
pública y la acción civil (su antigua tesis doctoral, publicada
como libro en 1986); Duarte, Espaillat y Hostos (1986);
Archipiélago de intereses (1986); y, Batallas nacionales
(1986). Es doctor honoris causa por la PUCMM (1983), la
Universidad de Carolina del Sur (1984) y la Universidad de Río
Piedras en San Juan de Puerto Rico (1986). Su hijo, Orlando Jorge
Mera, sirvió de secretario de Estado y presidente del Instituto
Dominicano de las Telecomunicaciones (Indotel) durante la Administración
de Mejía, y en junio de 2005 fue elegido secretario general del
PRD.
(Última actualización:
14 junio 2006)
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